La Anáfora

“Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo…” (Juan 12:32)

“Hacia lo alto elevemos los corazones.…Los tenemos elevados al Señor.”

“No sabíamos si estábamos en el cielo o en la tierra. Porque en la tierra no hay tal esplendor ni tanta belleza.”1

Inmediatamente después de que el pueblo de Dios recite su fe en el Credo, somos dirigidos por nuestro diácono, diciendo "estemos respetuosamente", en preparación para nuestra ofrenda a Dios y Su ofrenda hacia nosotros. Estamos de acuerdo con el diácono, llamando a esta acción en la que participaremos "la misericordia de la paz, el sacrificio de la alabanza.", y luego el sacerdote nos bendice, diciendo: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y Padre, y la Comunión del Espíritu Santo sea con todos vosotros." Cuando respondemos: "Y con tu espíritu", se nos dice: "¡Hacia lo alto elevemos los corazones.!" y estamos de acuerdo, diciendo: "Los tenemos elevados al Señor". Hemos comenzado la "Anáfora", ese solemne y misterioso clímax de nuestra Divina Liturgia que significa, literalmente, "¡La Elevación!"2

Pero, ¿qué significa "llevar hacia arriba"? Seguramente, nuestra atención está centrada en Jesucristo, levantado para todos, de manera que por su muerte puso fin a la muerte y venció al maligno. Como se regocijaba San Atanasio,

Era, pues, razonable que el Señor sufriera esta muerte. Así, elevado a lo alto, ha purificado el aire de todas las maquinaciones del diablo y de los demonios, diciendo: Yo vi a Satán caer como un rayo68 , y ha vuelto a abrir para nosotros el camino que sube hacia los cielos, cuando dice en otro lugar: Príncipes, levantad vuestras puertas, y elevaos, puertas eternas.3

Durante las oraciones de consagración que siguen, nos encontramos de nuevo en el Aposento Alto (cuando Jesús habló de su cuerpo y sangre entregados por la vida del mundo), de nuevo en Getsemaní y de nuevo en la cruz. También nos vemos llevados al Templo celestial, donde el Cordero está rodeado de toda la creación agradecida:

Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra…El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza (Apocalipsis 5:9-10, 12, cursivas del autor).

Como la versión hebrea de un Salmo lo expresa, Él está "entronizado en las alabanzas" de su pueblo (Salmo 22:3, MT hebreo). Los Santos Misterios se elevan en alabanza, por lo que Cristo se levanta ante nuestros ojos. Juntos, somos atraídos y arrebatados por la vista del Señor, alto y elevado, que también está entre nosotros; mientras lo adoramos, nuestra atención, nuestro corazón, el centro de nuestro ser, también se eleva. Su luminosa presencia nos lleva a dar gracias, a hacer la Eucaristía (literalmente, "Acción de Gracias") por todo lo que ha hecho, está haciendo y hará por nosotros. Estamos convencidos de que este elevamiento trasciende la simple focalización de nuestra atención. El Padre Alexander Schmemann resume todo lo que está sucediendo de la siguiente manera: "La Eucaristía es la anáfora, el "levantamiento" de nuestra ofrenda y de nosotros mismos. Es la ascensión de la Iglesia al cielo".4

Durante la Anáfora, nuestra práctica y nuestras oraciones revelan de manera vívida la fe de los ortodoxos. En este momento culminante de nuestra reunión, se delinean los dones que hemos recibido de la mano de Dios, desde el inicio mismo de la creación. Agradecemos a nuestro Señor por las maravillas que ha hecho, aunque somos conscientes de nuestra condición caída; recordamos su obra a lo largo del tiempo y el espacio, en Israel y en la Iglesia, y especialmente en la Encarnación; le agradecemos por su sacrificio, sabiendo que se ha elevado a sí mismo al Padre como una ofrenda en nuestro nombre; nos maravillamos con alegría ante la venida del Espíritu Santo, cuya presencia eleva y transforma lo que consideramos como "lo ordinario", el pan y el vino, en dones de Dios para el pueblo de Dios; y recordamos a todos esos santos que manifiestan la gloria de Dios.


Footnotes

  1. Estas son las famosas palabras de los enviados rusos a Constantinopla, informando lo que vieron en la Eucaristía allí. Desde Povest’ vremennykh let (The Russian Primary Chronicle). Traducido del inglés.

  2. † La "Anáfora" (que significa "ofrenda") es la parte central de la Divina Liturgia, en la que el celebrante ofrece los dones de pan y vino a Dios, pidiéndole que los santifique y nos los devuelva como su verdadera presencia (el Cuerpo y la Sangre de Cristo, la Eucaristía).
    Del latín anaphŏra, y este del griego ἀναφορά anaphorá; propiamente 'repetición', derivado de ἀναφέρειν anaphérein 'llevar hacia arriba', 'volver atrás', 'remontar'. DLE (opens in a new tab), Real Academia Española.

  3. † San Atanasio, La encarnación del Verbo, 25.5-6, Editorial Ciudad Neuva, 2015, página 87.

  4. Los versículos paralelos de la Septuaginta (LXX) (Salmo 21:4) no contienen esta metáfora del Señor entronizado en nuestras alabanzas, sino que simplemente hablan de Dios habitando entre los santos. La versión hebrea es aquí más concreta, recordándonos el papel de la Theotokos, que en su persona muestra la naturaleza de la Iglesia, ya que presenta a Cristo en su regazo, como si estuviera en un trono.