Veneración de María como la Madre de Dios
La vida de la Iglesia sirve para nutrirnos en la fe. Las tradiciones de la Iglesia, como las oraciones, los servicios, las festividades y los ayunos, son un medio que nos permite no solo pensar en la fe, sino vivirla, y permitir que tenga plena expresión en nuestras vidas. En un nivel muy profundo, este es el propósito principal de nuestra veneración o amor devocional hacia la Virgen María. Como tal, no simplemente creemos en el evento de la Anunciación como un hecho aislado en la historia de nuestra salvación. Participamos en el propio evento a través de nuestra participación en las tradiciones de la Iglesia. El cristianismo no es la historia de "cosas" que sucedieron; es la historia de Dios actuando en y a través de los seres humanos para llevarlos a la unión con Él. Nuestros actos de veneración, como honrar iconos, cantar himnos, celebrar festividades y ofrecer oraciones, todos sirven a este propósito más profundo. La Anunciación, por ejemplo, es un evento que ocurre en la vida de María. En nuestra veneración hacia ella y en nuestra conmemoración de ese evento, la Anunciación se hace presente en nosotros también, al igual que ella está presente en nuestras devociones.
Es útil reflexionar por un momento sobre el significado de veneración y devoción. Ninguno de estos términos tiene la intención de significar "adoración". Ofrecemos adoración (el honor y el amor debidos a nuestro Creador) solo a Dios. Sin embargo, Él nos ha dado personas, eventos e incluso objetos que son dignos de honor y recuerdo, así como una medida de devoción. Por ejemplo, en los Diez Mandamientos, se nos dice que adoremos solo a Dios. También se nos dice que honremos a nuestro padre y nuestra madre. Esta distinción se aplica a nuestra veneración y devoción hacia los santos, iconos, cruces y otros en la vida de la Iglesia.
La Theotokos
Existe una palabra única que describe nuestro nivel de devoción y honor hacia la Virgen María, que se ha vuelto esencial en la vida de oración y alabanza de la Iglesia: esa palabra es Theotokos.1 Este término griego significa "la que parió a Dios". Hay evidencia de su uso en la Iglesia tan temprano como en el tercer siglo. Pasó del lenguaje de la devoción al lenguaje de la teología dogmática en el año 431 d.C. en el Concilio de Éfeso (el Tercer Concilio Ecuménico). El patriarca de Constantinopla, Nestorio, había intentado prohibir el uso del término, argumentando que en su lugar deberíamos llamar a María Christotokos ("la que parió a Cristo"). Para la Iglesia, esto era una negación de la unidad de la persona de Cristo, como si Él pudiera ser de alguna manera separado en dos. Aunque el título es un paradojo ("¿cómo puede una mera ser humana la madre de Dios?"), es el paradojo de Cristo como Dios hecho hombre. La discusión sobre la palabra "Theotokos" no se trataba de quién era María, sino de quién es Cristo. El término "Theotokos" fue reconocido formalmente y declarado como el título apropiado para ella, y continúa siendo utilizado hasta el día de hoy. En la Iglesia Ortodoxa en América, el título generalmente se deja en su forma griega, Theotokos, en lugar de ser traducido. Es un nombre que aquellos que son nuevos en la Iglesia aprenden con el tiempo.
Santísima Theotokos, sálvanos
Es en este contexto íntimo de nuestra salvación que debe entenderse una frase común en la liturgia de la Iglesia. Cantamos: "Santísima Theotokos, ¡sálvanos!" En la teología moderna protestante, la palabra "salvar" ha adquirido un significado muy restringido que se refiere únicamente al estrecho evento de convertirse en cristiano ("¿has sido salvado?"). Esto es un lamentable uso abreviado que distorsiona el significado más amplio de una palabra en español que durante mucho tiempo se ha utilizado de manera diferente. Un ejemplo en inglés es "Dios salve al Rey", el himno nacional de Gran Bretaña. Y aunque no hay discusión de que Dios pueda "salvar" al Rey, los británicos no están ofreciendo una oración para que acepte a Cristo como su Señor y Salvador. Más bien, "salvar" tiene el significado más amplio de "proteger", "preservar" o "ayudar". Tiene precisamente ese significado en la oración de la Iglesia, "Santísima Theotokos, ¡sálvanos!" ("ayúdanos, protégenos, presérvanos", etc.).
El Evangelio de Juan tiene dos historias que son profundamente significativas para comprender el lugar de la Theotokos en la obra de Cristo. La primera de ellas es la historia de las Bodas de Caná (Juan 2:1–11). María y Jesús estaban entre los invitados. En el banquete de bodas, se acabó el vino. Se nos dice que María vio esto y habló con Cristo al respecto. Él le dice: "¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora". Entonces ella dijo a los sirvientes: "Haced todo lo que os dijere". El punto crítico radica en el hecho de que el ministerio de Cristo aún no ha comenzado. Si él actúa, ese ministerio no será detenido. Todo lo que implica de su sufrimiento (y el suyo) seguirá. Su dirección a los siervos hace dos cosas: pone la decisión final en manos de Cristo, al tiempo que deja claro que ella misma está lista. Es una conversación de una colaboración íntima.
La segunda historia es la de María al pie de la Cruz (Juan 19:25–27). María está de pie junto al discípulo Juan. Cristo le dice: "he ahí tu hijo", y a Juan: "He ahí tu madre". Se nos dice que Juan entonces la llevó a vivir con él. La Iglesia siempre ha visto en estas palabras un reflejo de María como madre de toda la Iglesia, representada en el discípulo Juan. Este momento en la Cruz también está profetizado en el Evangelio de Lucas, donde el anciano Simeón, cuando Cristo fue presentado en el Templo como un bebé, habló a María acerca de su hijo: "He aquí, este está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones" (Lucas 2:34–35). María es más que una testigo en la Cruz: su propia alma también es traspasada. Lo que vemos es que la comunión con Cristo que comienza con la Anunciación se afirma en las Bodas de Caná y continúa a lo largo del ministerio terrenal de Cristo.
Las Escrituras contienen otros detalles sobre la Theotokos. Aprendemos tanto en el Evangelio de San Mateo como en el de San Lucas que ella era virgen y que la concepción de Cristo fue sin un padre humano. Debido a que Cristo "e encarnó del Espíritu Santo y María, la Virgen", Él fue de la carne de María, así como Él de una misma esencia con Dios el Padre. Una vez más, María es una participante en la encarnación, no solo un recipiente.
Footnotes
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† La palabra equivalente en español es deípara del latín tardío deipăra. DLE (opens in a new tab), Real Academia Española. ↩