Órdenes Sagradas
Una pregunta que se podría hacer es: "¿Por qué la Iglesia tiene clero en absoluto?" Los musulmanes no tienen clero de la misma manera que los cristianos, y tampoco los cuáqueros,1 por ejemplo. La respuesta es que la Iglesia es más que una simple reunión de cristianos. La Iglesia es un cuerpo.
San Pablo describe a la Iglesia como un cuerpo en el capítulo 12 de su Primera Carta a los Corintios. Allí escribe que al igual que los diferentes miembros de un cuerpo humano tienen diferentes funciones, los miembros de la Iglesia como el Cuerpo de Cristo también tienen diferentes funciones. En el cuerpo humano, la oreja tiene la función de oír, el ojo de ver, las piernas y los pies de caminar. Todas estas funciones diferentes son necesarias para que el cuerpo realice todas las diferentes cosas que debe hacer. Lo mismo ocurre con la Iglesia: la Iglesia tiene muchas funciones y tareas que debe cumplir para llevar a todos sus miembros a la madurez espiritual.
Debido a esto, Cristo otorga dones a su Iglesia para ayudarla a realizar las tareas que debe cumplir, concediendo a algunos el don del apostolado, a otros el don de la profecía, a otros el don del evangelismo y a otros el don de pastorear y enseñar (Efesios 4:11). Estos ministerios no son fines en sí mismos, y mucho menos fueron instituidos para el beneficio personal de los ministros. Más bien, todos sirven al objetivo común de "perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo" (Efesios 4:12-13). Es decir, todos los ministerios de la Iglesia, desde el más alto hasta el más bajo, desde el apóstol hasta el último, existen con el único propósito de ayudar a todos los laicos a crecer y madurar en Cristo. El clero existe para los laicos. Es por eso que el clericalismo no solo es patológico, sino también contradictorio en sí mismo.
Ciertos de estos ministerios son evidentes en su función: los lectores son consagrados para leer litúrgicamente, y los subdiáconos son consagrados para ayudar a los diáconos en el servicio en el altar. Su función es más específica y limitada que la de diácono, presbítero y obispo, y se limita a los propios servicios litúrgicos. Es diferente en el caso de los diáconos, presbíteros y obispos, ya que continúan ejerciendo su ministerio incluso después de que los servicios litúrgicos hayan concluido. Tienen una responsabilidad pastoral, ya que trabajan íntimamente con el pueblo. Por esta razón, tienen una mayor responsabilidad y son consagrados con una oración más solemne. Por eso, la Iglesia ejerce más cuidado en la elección de diáconos que en la elección de subdiáconos. En los ritos de ordenación actuales, a los diáconos, presbíteros y obispos se les aclama con el grito de "¡Axios! ¡Digno!" porque su idoneidad para su ministerio es de suma importancia para la salud de la Iglesia.
¿Cuáles son las funciones de esos ministerios ordenados mediante la imposición solemne de manos? Veámoslos uno por uno. Los diáconos son los servidores institucionales de la Iglesia, responsables del ejercicio de la diakonia de la congregación. De hecho, la palabra "diácono" significa "siervo" y diakonia significa "servicio". Los presbíteros son los gobernantes y consejeros de la Iglesia. El término "presbítero" proviene del griego presbýteros, que significa "anciano" u "hombre viejo", y en Israel eran los ancianos los que gobernaban las comunidades locales.
En la iglesia primitiva, cada congregación tenía varios presbíteros que formaban un consejo alrededor del presbítero principal, el obispo. El obispo era el principal liturgista que presidía los servicios, rodeado de sus colegas ancianos. Ellos eran quienes tomaban las decisiones pastorales y gobernaban la iglesia local bajo la guía y visión del obispo.
Los obispos son los principales celebrantes y maestros de la Iglesia. En la iglesia primitiva, un obispo servía como pastor principal y liturgista de cada congregación local. Era el que ofrecía las oraciones en la Eucaristía semanal, bautizaba a los nuevos conversos, ungía a los enfermos y reintegraba a los penitentes excomulgados a la Iglesia. Era el que predicaba el sermón cada domingo, y era su ortodoxia (o falta de ella) la que determinaba si su congregación era reconocida como ortodoxa por el resto de la iglesia. Su tarea más importante, por lo tanto, era predicar el Evangelio, "usa bien la palabra de verdad." Esta preocupación por la ortodoxia de cada obispo es la razón por la cual se le examina minuciosamente antes de su ordenación como obispo en nuestros ritos modernos.
Las Órdenes Sagradas son, por lo tanto, dones de Cristo a la Iglesia, ya que cada una de estas funciones es un carisma2 o don espiritual. Pero por importantes que sean, no son la totalidad de la Iglesia y existen solo para servir al laicado. De hecho, en cierto sentido, el clero forma parte del laicado, ya que todos forman parte del santo laos, el pueblo de Dios. Por lo tanto, los vemos de pie en la iglesia, tanto el clero como el laicado, mirando en la misma dirección cuando oran. Todos miran hacia el este. Todos miran al mismo Señor, reciben la misma salvación y son llamados al mismo Reino.
Footnotes
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† Individuo de una doctrina religiosa unitaria, nacida en Inglaterra a mediados del siglo XVII, sin culto externo ni jerarquía eclesiástica, que se distingue por lo llano de sus costumbres, y que en un principio manifestaba su entusiasmo religioso con temblores y contorsiones. DLE (opens in a new tab), Real Academia Española. ↩
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† Del latín tardío charisma, y este del griego χάρισμα chárisma, derivado de χαρίζεσθαι charízesthai 'agradar', 'hacer favores'. DLE (opens in a new tab) ↩