El Padre

La Primacía del Padre

Para los ortodoxos, la discusión sobre la Santa Trinidad debe comenzar con el Padre. Él es el principio de unidad dentro de la Trinidad: el Hijo es divino porque es el Hijo del Padre, unigénito eternamente por Él; el Espíritu Santo es divino porque es el Espíritu del Padre, que procede eternamente del Padre y reposa en el Hijo del Padre. Aunque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son todos coiguales y coeternos, el Padre es el aitia, la causa del Hijo y del Espíritu, no en términos de tiempo (como si el Hijo y el Espíritu hubieran llegado a existir después del Padre), sino hipostáticamente, en términos de su personalidad. Los Padres de la Iglesia se referían a esto como "la monarquía" del Padre.

Vemos esta primacía del Padre afirmada en el credo. El Credo de Nicea comienza declarando: "Creo en un solo Dios, Padre Omnipotente" Es decir, solo hay un Dios—en concreto, el Padre Omnipotente. Pero el Padre no está solo. Él tiene con Él a su Hijo Unigénito y Verbo, nacido del Padre antes de todos los siglos, homoousios1 con el Padre, compartiendo su ousia, su divinidad esencial. Además, el Espíritu Santo procede del Padre, es decir, no fue creado por Él como lo fueron los ángeles, sino que tiene su existencia hipostática del propio Ser del Padre. Así, el Credo proclama la naturaleza trinitaria de Dios, al tiempo que afirma la primacía hipostática del Padre.

El Padre también puede ser identificado con el Dios del Antiguo Testamento, el Único adorado por Israel (el Credo también sugiere esto cuando declara que el Padre es el "Creador del cielo y de la tierra"). El Dios de Israel, adorado por ellos bajo los nombres de Yahvé2 y Elohim, tenía su "casa" o templo en Jerusalén. Este templo fue destruido por los babilonios en el 586 a.C., pero reconstruido después del exilio y ampliado posteriormente por Herodes el Grande. Este templo seguía siendo el Templo de Yahvé. Jesús se lo refirió como "la casa de mi Padre" (Lucas 2:49). El Templo de Yahvé era el Templo del Padre de Jesús. Por lo tanto, el Padre era Yahvé, el Dios del Antiguo Testamento.

Yahvé Revelado Sí Mismo en el Antiguo Testamento

Desde los días de Marción en el siglo II, ha sido común que algunas personas contrasten al Dios del Antiguo Testamento con el Dios del Nuevo Testamento, en desventaja del primero. Estas personas afirman que Yahvé, el Dios del Antiguo Testamento, era enojado, vengativo y guerrero, mientras que el Padre, el Dios del Nuevo Testamento, es amable, paciente, perdonador y amoroso. Marción sacó la conclusión obvia de esta dudosa comparación y afirmó que el Padre no era el Dios del Antiguo Testamento y que Cristo vino a revelar una deidad completamente diferente del Dios enojado conocido por Israel.

La Iglesia se desvinculó de Marción con presteza y afirmó que el Dios conocido en el Antiguo Testamento era de hecho el Padre revelado por Cristo. Sin embargo, a pesar de esta negación, algunos cristianos todavía se aferran a la caricatura del Dios del Antiguo Testamento como un ser de ira e intransigencia en comparación con el Dios amoroso del Nuevo Testamento. Por lo tanto, es importante examinar la representación de Yahvé Elohim en el Antiguo Testamento. Cuando lo hacemos, veremos que su carácter es precisamente el del Padre y de Jesús, el Hijo del Padre.

El Antiguo Testamento comienza con una historia serial que atribuyen la creación del mundo y de todas las personas del mundo a Yahvé, el Dios tribal de Israel. Los otros dioses creadores de las naciones paganas son completamente dejados de lado, desestimados y excluidos de la narración, privados de su estatus divino al ser ignorados por el narrador bíblico, y sus reclamos de crear y gobernar el mundo son rechazados. Solo Yahvé es el creador y sustentador del mundo, el Único que cuida de todo lo que ha hecho.

Así, Yahvé se revela primero como alguien que tiene una relación de cuidado con todas las personas en el mundo, incluso aunque no formaran parte de su pueblo elegido por el pacto. San Pablo luego enfatizaría esto al declarar a los licaonios: "En las edades pasadas [el Dios viviente] ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos; si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones" Hechos 14:16-18). La auto-revelación de Dios a Abraham, Isaac y Jacob no borró ni reemplazó su cuidado y solicitud por todos los hombres.

Cuando Dios más tarde se reveló a Moisés y llamó a su pueblo elegido para sacarlo de Egipto, entrar en un pacto con ellos y cumplir su promesa de darles la tierra prometida a Abraham, reveló aún más de su corazón a través de la Ley que les dio. Porque la Torá dada en el Sinaí no era simplemente una colección de legislación; era una manifestación del carácter divino. Dios era santo y esperaba que su pueblo también fuera santo y se esforzara por imitarlo en su vida diaria (Levítico 11:44-45).

La Santidad Divina

¿Cuál era esta santidad divina que se llamaba a imitar? Aquí nos enfocamos en cuatro aspectos: la preocupación de Dios por los pobres y oprimidos; su ira justa ante el pecado y la opresión; su paciencia y compasión; su preocupación por todo el mundo.

La preocupación de Yahvé por los pobres se expresa en muchos pasajes—una preocupación que brilla con más fuerza, dada la forma en que la difícil situación de los pobres era en gran medida ignorada en el mundo antiguo y las personas pobres eran tratadas como simples lastres humanos. En contraste, Yahvé ordenó a su pueblo que no aprovechara al máximo los campos que trabajaban, sino que los usara para ayudar a los pobres. Así que Levítico 19:9-10 dice: "Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada. Y no rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás. Yo Jehová vuestro Dios.". También encontramos una orden similar en Levítico 25:35 que dice: "Y cuando tu hermano empobreciere y se acogiere a ti, tú lo ampararás; como forastero y extranjero vivirá contigo".

Esta preocupación por los pobres se extendía incluso a la preservación de su dignidad. En Deuteronomio 24:10-11 encontramos este mandato: "Cuando entregares a tu prójimo alguna cosa prestada, no entrarás en su casa para tomarle prenda. Te quedarás fuera, y el hombre a quien prestaste te sacará la prenda".

Esta preocupación por los indefensos incluso se extendía a los animales. En Deuteronomio 22:6-7 leemos:

Cuando encuentres por el camino algún nido de ave en cualquier árbol, o sobre la tierra, con pollos o huevos, y la madre echada sobre los pollos o sobre los huevos, no tomarás la madre con los hijos. Dejarás ir a la madre, y tomarás los pollos para ti, para que te vaya bien, y prolongues tus días.

Esto se relaciona con la preocupación de Yahvé por los bueyes en Deuteronomio 25:4, donde Él ordena que se les permita comer mientras trabajan en la trilla y no pasen hambre.

Más que esto, Yahvé muestra su preocupación incluso por la flora inanimada. En Deuteronomio 20:19-20, Yahvé prohíbe el uso de una política de tierra quemada en la guerra. "Cuando sities a alguna ciudad, peleando contra ella muchos días para tomarla, no destruirás sus árboles metiendo hacha en ellos, porque de ellos podrás comer; y no los talarás, porque el árbol del campo no es hombre para venir contra ti en el sitio". Si bien algunos pueden detectar un motivo económico para preservar aves y árboles, la compasión de Dios por toda su creación no puede ser excluida.

La justa ira de Yahvé ante el pecado y la opresión es un fruto directo de su compasión por los pobres y desamparados. Los ricos y poderosos, entonces como ahora, oprimían a los pobres, los despojaban y los asesinaban, dejando huérfanos y viudas en su estela en un largo rastro de destrucción, y fue el amor de Yahvé por los huérfanos y las viudas lo que provocó su ira contra sus opresores. Vemos esta justa ira especialmente en las palabras de los profetas.

Por lo tanto, Amós truena contra los ricos con la voz de Yahvé:

Así ha dicho Jehová: Por tres pecados de Israel, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque vendieron por dinero al justo, y al pobre por un par de zapatos. Pisotean en el polvo de la tierra las cabezas de los desvalidos, y tuercen el camino de los humildes; y el hijo y su padre se llegan a la misma joven, profanando mi santo nombre. Pues he aquí, yo os apretaré en vuestro lugar, como se aprieta el carro lleno de gavillas; y el ligero no podrá huir, y al fuerte no le ayudará su fuerza, ni el valiente librará su vida (Amos 2:6–7, 13– 14).

Aquí Yahvé se muestra como protector de los pobres y un poderoso vengador de aquellos que los destruyen.

La paciencia y compasión de Yahvé se ven una y otra vez a lo largo de las Escrituras hebreas. Su paciencia con Israel en el desierto cuando abiertamente lo repudiaron y desafiaron al adorar el becerro de oro en el Sinaí fue tan proverbial que se inmortalizó en salmos como el Salmo 78 y el Salmo 106. Incluso más tarde, cuando heredaron la Tierra y se volvieron a los ídolos, Dios fue paciente, advirtiéndoles una y otra vez a través de los profetas que se volvieran y salvaran sus vidas.

La desilusión de Yahvé se ve en pasajes como Isaías 5:1-4, el Canto de la Viña:

Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña. Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres. Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad ahora entre mí y mi viña. ¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres?

La frustración de Yahvé se puede ver claramente aquí, especialmente en el grito casi patético: "¿Qué más había que hacer que no haya hecho?" Él había prodigado todo cuidado para proveer y proteger a su pueblo y solo quería los frutos de la justicia y la devoción a cambio. Pero se negaron, produciendo injusticia y apartándose de él hacia otros dioses. Esto continuó durante siglos, mientras Dios seguía esperando su arrepentimiento antes de finalmente enviar el juicio. Y aun entonces, juzgó solo con dolor y reluctancia. Como dijo a través de Ezequiel: "Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel? (Ezequiel 33:11).

La preocupación de Yahvé por todo el mundo también se revela en las Escrituras hebreas. Se vislumbra débilmente en pasajes como Amós 9:7, que habla de la guía de Yahvé a otras naciones, al igual que lo hizo con Israel. "¿no me sois vosotros como hijos de etíopes, dice Jehová? ¿No hice yo subir a Israel de la tierra de Egipto, y a los filisteos de Caftor, y de Kir a los arameos?" Pero se encuentra en tonos inconfundiblemente fuertes en el Libro de Jonás.

La historia de las aventuras de Jonás se cuenta con el único propósito de ensanchar los corazones de su pueblo para incluir a los gentiles, una tarea muy difícil en la Israel postexílica, cuando Israel sufría bajo el yugo extranjero. La historia relata cómo Jonás fue enviado para anunciar el inminente juicio de Yahvé sobre Nínive, y cómo los ninivitas se arrepintieron después de que Jonás proclamara su perdición.

Nínive era la capital del brutal Imperio Asirio, conocido por su crueldad y despiadado. La caída de Nínive fue anunciada por el profeta Nahum, quien terminó su diatriba profética con la pregunta retórica a Nínive: "¿sobre quién no pasó continuamente tu maldad?". Sin embargo, en la historia de Jonás, Nínive se arrepintió y no fue destruida, lo que causó gran angustia a Jonás, quien temía desde el principio que pudieran arrepentirse y escapar de la justicia.

Yahvé reprende suavemente a Jonás por su corazón duro y su determinación de ver destruidos a los gentiles impíos. Después de hacer que una planta brotara milagrosamente para proporcionar sombra y luego hacer que muriera de repente, le preguntó a Jonás si estaba enojado por la muerte de la planta. Cuando Jonás respondió enfáticamente afirmativo, diciendo: "mucho me enojo, hasta la muerte". Yahvé le respondió de la siguiente manera:

Tuviste tú lástima de la calabacera, en la cual no trabajaste, ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació, y en espacio de otra noche pereció. ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales? (Jonás 4:10-11)

En otras palabras, Yahvé tiene compasión de todos los pueblos del mundo, incluso de la despiadada y terrible Nínive.

Este es el carácter de Yahvé, revelado en el Antiguo Testamento: amable, justo, paciente y compasivo. Es el carácter del Padre de nuestro Señor Jesucristo, igualmente revelado en el Nuevo. Y este fue el carácter de Jesús, porque ver a Jesús era ver a su Padre también (Juan 14:9).


Footnotes

  1. De la misma (homo ὁμο) esencia (ousia ούσια).

  2. El nombre "Yahvé" es utilizado por algunos para representar el Tetragrammaton hebreo (que significa cuatro letras) יהוה (Yod Heh Vav Heh). Se consideraba blasfemo pronunciar el nombre de Dios; por lo tanto, solo se escribía y nunca se decía en voz alta, lo que resultó en la pérdida de la pronunciación original. Es más común en Biblias españolas representar el Tetragrammaton como "Jehóva" o "el Señor". † Esta nota ha sido ampliada del inglés.