Conclusión

Llegará pronto el momento en la Liturgia en el que dejaremos de lado todas las preocupaciones terrenales y cantaremos con los ángeles, pero aquí ponemos todo bajo el escrutinio de Dios, poniendo nuestras preocupaciones y las del mundo a los pies del Señor. Mientras escuchamos el Evangelio ser leído y explicado, hay tanto realismo como esperanza. El Evangelio, desde los primeros tiempos de la historia de la Iglesia, ha sido escuchado tanto por creyentes como por buscadores, y nos llama a todos en una secuencia continua de escuchar, creer, arrepentirse, ser consolados, comprometernos y ser transformados. Lecciones que pensábamos que eran solo para principiantes abren horizontes incluso para los más maduros: porque las Buenas Nuevas implican dar la bienvenida a Cristo, arrepentirse constantemente, profundizar la fe y aprender continuamente cómo vivir cada vez más como Cristo. Es la Buena Nueva "eterna" o "perpetua", con el poder de poner al descubierto toda nuestra vida ante el gran Médico y Sanador de nuestras almas y cuerpos, para que Él pueda hacernos nuevos: "Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hebreos 4:12). Maravillados por la cirugía espiritual que Él realiza en nosotros, clamamos: "¡Gloria a ti, oh Señor, gloria a ti!" Cuando la Palabra nos deja su marca, estamos preparados para entrar en la plenitud de su presencia, en la celebración de los Santos Misterios.