El Entierro de los Difuntos

Nuestro oficio de sepelio está impregnado no solo de tristeza, sino también de alegría y confianza en la misericordia de Dios. También difiere cada vez más de los ritos de entierro de los muertos que se encuentran en la sociedad secular. La sociedad moderna ha vuelto sin darse cuenta a la comprensión del paganismo antiguo, que postulaba una dicotomía marcada entre el alma (muy valiosa) y el cuerpo (completamente desechable). Para los antiguos paganos y los secularistas modernos, lo que realmente importaba era el alma. El cuerpo se consideraba el recipiente terrenal desechable del alma, sin más valor duradero que un sobre que contiene una carta. Uno guarda la carta (quizás), pero tira el sobre a la basura. De manera similar, en un funeral secular hoy en día se dicen cosas amables sobre el alma pero se quema el cuerpo como si fuera basura. A esta quema se le llama "cremación" y es una industria próspera. La práctica de la cremación siempre ha sido execrada por los cristianos (y por judíos y musulmanes) hasta hace relativamente poco. Los ortodoxos todavía se oponen a la práctica y insisten en entregar los cuerpos de sus difuntos a la tierra.

En la teología ortodoxa, es la persona completa, alma y cuerpo, la que lleva la imagen de Dios, ya que la persona humana es una amalgama de carne y espíritu. En un servicio funerario ortodoxo, la persona fallecida está presente en su propio funeral en la Iglesia. No son llevados de sus camas de hospital a la morgue del hospital y luego al crematorio. Los ortodoxos tampoco ocultan el hecho de la muerte teniendo un servicio de "celebración de la vida", que ignora el hecho muy real y impactante de la muerte, la separación antinatural del alma del cuerpo. Los cuerpos de los difuntos están presentes en sus funerales. El ataúd permanece abierto para que sus seres queridos puedan ver sus rostros mientras rezan por ellos. Luego se les da el último beso antes de que se cierre el ataúd y sean enterrados con reverencia en la tierra. El cementerio, la tierra, forma el lecho desde el cual los muertos despertarán en la resurrección final en el Último Día. De hecho, la palabra "cementerio" proviene de la palabra griega koimeterion,1 y significa literalmente "dormitorio", ya que confesamos que Cristo ha transformado la muerte en un simple sueño, de modo que resucitaremos de la muerte de la misma manera en que quienes duermen despiertan y se levantan cada nuevo día.

El Oficio de funeral ortodoxa presupone, por lo tanto, que la persona fallecida que está siendo enterrada resucitará. Los cristianos comparten la victoria de Cristo sobre la muerte. Como la muerte ya no tiene dominio sobre Cristo, tampoco lo tiene sobre nosotros. Por eso, la Iglesia modela su liturgia para el entierro cristiano según el servicio de Matines del Sábado Santo, que celebra el propio entierro de Cristo y su triunfo sobre la muerte. Los elementos habituales del servicio de Matines de la mañana (Salmo 119, Salmo 51 y el Canon) están presentes en el servicio funerario. Así como Cristo murió y resucitó, sus discípulos también mueren con la esperanza segura y cierta de su propia resurrección. Por eso, el patrón litúrgico de su entierro forma el patrón para el de ellos.

Los entierros cristianos son, por lo tanto, notablemente diferentes de los seculares. Los nuestros están llenos de esperanza, certeza y alegría. Como escribió San Pablo, no nos afligimos como lo hace el mundo sin esperanza (1 Tesalonicenses 4:13). Damos el último beso a nuestros seres queridos, como una promesa de que los saludaremos nuevamente. Oramos por sus almas, confiados en la misericordia de Cristo. Enterramos reverentemente su carne en la tierra, esperando su resurrección final. Y nos negamos a dejar que el dolor nos consuma. Porque Cristo ha resucitado de entre los muertos, venciendo la muerte con la muerte, y otorgando vida a aquellos que están en las tumbas.


Footnotes

  1. † Del latín tardío coemeterĭum, y este del griego bizantino κοιμητήριον koimētḗrion; propiamente 'dormitorio'. DLE (opens in a new tab), Real Academia Española.