Adoración
"Vengan, adoremos y prosternémonos ante Cristo…”
En los primeros siglos de la Iglesia, la procesión con el libro del Evangelio hacia el altar era el primer movimiento de la Divina Liturgia. Durante un período, en Constantinopla y en la antigua Roma, el obispo, el clero y los fieles procesaban hacia una iglesia para la Divina Liturgia. Al llegar a la iglesia donde se iba a celebrar la Liturgia, el obispo, con el Evangelio, y el clero procesaban hacia el altar y el pueblo hacia la nave, cantando "Vengan, adoremos y prosternémonos ante Cristo..." Cuando el Evangelio se colocaba en el altar y la gente se reunía en la nave, comenzaba la adoración.
Ya no procesamos a la iglesia para la Liturgia, y la Pequeña Entrada ya no ocurre al comienzo mismo de la Divina Liturgia, sino que tiene lugar después de la Gran Letanía, las tres antífonas y la Pequeña Letanía. Sin embargo, el significado teológico de la Pequeña Entrada permanece. Cuando el diácono levanta el libro del Evangelio ante las puertas reales y el sacerdote ora para que los santos ángeles acompañen a los fieles mientras entran en la adoración, se nos recuerda que "El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo" (Efesios 4:10). Cristo, el Dios Encarnado, se ha convertido en nuestro eterno Sumo Sacerdote, ha entrado en el tabernáculo no hecho por manos humanas y permanece para nosotros en la presencia de Dios. "Cristo, entonces, es el celebrante de la Liturgia en la que participamos cuando venimos a la Iglesia. Él nos eleva al cielo con él para que podamos comer y beber con él, alimentarnos de él, en su Reino".1
Pero, ¿qué significa para nosotros y para Dios que buscamos comunión con Cristo, que adoramos?
Footnotes
-
Hieromonk Herman (Majkrzak) en “The Little Entrance in History, Interpretation and Practice,” 21. Academia.edu. Accedido el 6 de septiembre de 2022. ↩