Milagros, Curaciones y Exorcismos

Los milagros de Jesús han sido, por supuesto, motivo de controversia desde la época de la Ilustración. La nueva lealtad al método científico cada vez implicaba más escepticismo con respecto a que Dios eludiera la secuencia normal de eventos o cadena de causalidad, lo que llevó a más y más personas desde esa época a menospreciar la ingenuidad antigua. Algunos que permanecieron vinculados (al menos emocionalmente) al cristianismo descubrieron formas inventivas de retener lo que consideraban un significado más profundo de los milagros que su capacidad para evocar asombro y admiración. Por ejemplo, el milagro de la alimentación de las miles de personas se entendía más como una parábola sobre el compartir (basada en el ejemplo del niño con sus panes y peces). En casos extremos (por ejemplo, el filósofo del siglo XIX David Strauss), incluso la resurrección de Jesús se transformó en una parábola o "mito" sobre la renovación de la humanidad en general. Mentes más pragmáticas se centraron principalmente en la enseñanza de Jesús y su afirmación de la "hermandad" de todos los seres humanos, pero dejaron de lado los milagros como una expresión de la mentalidad del primer siglo que las culturas más avanzadas no pueden compartir. (Recientemente, en un giro alejándose del modernismo, hay quienes están más abiertos a eventos inusuales que sus predecesores formados en la Ilustración. Sin embargo, la imaginación "postmoderna" evitaría cualquier afirmación cristiana de que estos signos apuntan específicamente al Dios Trino, en lugar de demostrar el potencial de los seres humanos). Para aquellos que recitan los credos, sin embargo, es evidente que los milagros realizados por Dios son parte integral del evangelio, ya que celebramos la creación de la nada, Dios haciéndose humano, la resurrección de Jesús y la obra del Espíritu Santo, que otorga dones espirituales a la Iglesia. Confesamos que este mismo Espíritu está "en todo lugar llenándolo todo", a veces actuando a través de la cadena de eventos ordinarios, pero a veces de maneras asombrosas.

Milagros

Es útil para nosotros considerar los diferentes términos utilizados en los Evangelios para los milagros: hechos poderosos (en griego, dynameis), señales (semeia), maravillas (terata) y "obras" (erga). De estos, la palabra "maravilla" captura más fácilmente el sentido de nuestra palabra "milagro", que proviene del latín y significa literalmente "suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa".1 El término emparejado "señales y maravillas" se encuentra en todo el Antiguo Testamento con respecto a las acciones del Dios Todopoderoso, especialmente durante la época de Faraón, y a veces a manos de Moisés y Aarón. Cuando se aplica a las acciones de Jesús, la implicación es clara de que este Hombre está actuando como Dios en medio de Israel. Juan utiliza tanto el término "señal" para los milagros que enumera como la palabra "obra", así como habla del Padre y del Hijo trabajando en conjunto (Juan 5:17): lo que Jesús realiza es un signo activo de su identidad y armonía con el Padre. Pero los milagros no son solo señales teológicas. Actúan poderosamente entre el pueblo de Dios, ya que su compasión obra para su bien. Algunos de estos hechos poderosos tienen que ver con la curación, otros con la alimentación, otros con el rescate de las turbulentas olas. Al leer los Evangelios, recordamos al Dios de Israel y su compasión hacia el pueblo, como se ve en el Salmo 106 (Texto masorético: 107): redimir de la aflicción, reunir, alimentar cuando tienen hambre, sacar a los rebeldes de la oscuridad, rescatar de la prisión, acercarse a las puertas de la muerte en la enfermedad, salvar de las olas tumultuosas, llevarlos a un puerto, elevar a los necesitados. Todas estas "obras y maravillas" de Dios se replican en el Dios-Hombre, por quien, al igual que con el Salmo, podemos entender "las misericordias del Señor" (Salmo 106:43). Muestran quién es Él, pero también obran para nuestro bien.

Exorcismos

Al escuchar acerca de las sanaciones de Jesús, sus exorcismos de los oprimidos y poseídos, su compasiva alimentación de las multitudes, su caminar sobre el agua, podemos maravillarnos de quién es Él: los milagros nos llevan a hacer teología. Pero también nos llevan a agradecer mientras consideramos su gran amor por nosotros. La forma en que los Evangelistas dan forma a estas maravillosas historias nos dirige en ambas direcciones, a adorar a Dios y a dar gracias. Las historias atestiguan su identidad y también son para nuestro beneficio, porque como insiste el Padre Alexander Schmemann, somos principalmente homo adorans (la humanidad creada para adorar).2 La identidad de Dios y su generosidad son una, y así cada narrativa de milagro indica el Evangelio en pocas palabras, acercándonos más a Él cuando respondemos apropiadamente.


Footnotes

  1. La segunda entrada de definición para la palabra 'milagro'" en DLE (opens in a new tab), Real Academia Española.

  2. Schmemann, For the Life of the World, página 22.