Vigilancia
Si deseamos ser testigos fieles de Cristo en este mundo, debemos estar atentos. Para la mayoría de nosotros, nuestra vida cotidiana es predominantemente pacífica y en su mayoría libre de conflictos graves, odio o persecución. La mayoría del tiempo, nuestros vecinos son razonablemente amigables y no buscan hacernos daño, independientemente de cómo se sientan acerca de nuestra fe. La mayoría del tiempo, nuestro gobierno está contento de permitirnos practicar nuestra fe en paz. Las condiciones prevalecientes en las que tenemos la bendición de vivir parecen no requerir nada extraordinario en términos de fe u obediencia. Es en momentos como estos que es necesario que continuemos en la oración y la vigilancia, no sea que estas condiciones de nuestra vida nos lleven a una falsa sensación de lo que es normal o que una vida libre de problemas sea algo a lo que tenemos derecho. Nuestro Señor nos asegura, incluso mientras nos advierte de lo que enfrentaremos como sus testigos en el mundo: "Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo."1 Sin embargo, cuando las cosas de repente se vuelven desagradables para nosotros, cuando nuestra fe es ultrajada o sufrimos injusticias por nuestra fe en Cristo, puede tomarnos por sorpresa. La extrañeza de esto puede tomarnos desprevenidos—descuidados, inatentos, olvidando quiénes somos y a Quién pertenecemos.
El Apóstol Pedro escribe:
Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración. 8 Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados... Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien.2
Si obedecemos a Cristo y a sus apóstoles, manteniendo una vigilancia consciente del lo que debemos esperar precisamente porque pertenecemos a Cristo, no seremos sorprendidos; ni el shock nos llevará a sucumbir a la tentación de reaccionar de acuerdo con nuestras pasiones pecaminosas. Si estamos atentos, nuestra fe se fortalecerá cuando tales cosas nos ocurran. Recordaremos que nuestro Señor nos dijo que sería así para aquellos que están en Él. Tendremos aún más confianza en su promesa de capacitarnos para obedecer porque sufrir por amor a su Nombre es en sí mismo una señal segura de que le pertenecemos. Entonces, nuestra fe se perfeccionará en la obediencia, y nuestro testimonio en este mundo estará fortalecido con la gracia divina.3