Conclusión

Como hijos de Dios, los cristianos encuentran su propósito y vida enteramente en Dios. Sabemos que seguir viviendo implica seguir haciendo de la adoración el fundamento de todo lo demás. En esta vida, nos esforzamos por hacer que todo lo que decimos y hacemos sea una ofrenda a Él. Como miembros de Su Iglesia, como el sacerdocio real, como el punto central de la creación, estamos llamados a ser la voz de toda la creación visible, dando gracias a Dios en nombre de todos. Como Su sacerdocio, ofrecemos el mundo de vuelta a Él, comenzando por nosotros mismos, como miembros incorporados al Cuerpo de Cristo. Solo Cristo ofrece la adoración plena, verdadera y aceptable. Es porque estamos en Él, y somos Su Cuerpo, que nuestra adoración también participa de esa plenitud, de esa verdad, y es aceptada por el Padre.