Parábolas

Los milagros no obligan a creer, pero llaman e intrigan a aquellos que buscan y fortalecen a aquellos de nosotros que ya tenemos una pequeña medida de fe. Sorprendentemente, el poder de las parábolas es aún más misterioso, algo que no esperaríamos de una forma de enseñanza. ¿Por qué es así? Jesús, con algunas excepciones, realizó sus milagros ante las multitudes, pero solo explicó el significado completo de sus parábolas a los discípulos. De hecho, el Evangelio de Marcos registra que Jesús entendía su misteriosa entrega de las parábolas como el cumplimiento de las incómodas palabras de Isaías:

Cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola. Y les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas

para que viendo, vean y no perciban;
y oyendo, oigan y no entiendan;
para que no se conviertan,
y les sean perdonados los pecados (Marcos 4:10-12).

Estas palabras proféticas, confirmadas por Jesús mismo, son difíciles de escuchar y de comprender. Lo que podemos decir es que Jesús indica que es necesario estar dentro para realmente percibir la verdad: debemos permitir que Dios cambie nuestra perspectiva para que las parábolas realmente dejen su huella. Para aquel que está decidido a mantener a Jesús a distancia, no puede tener lugar una percepción verdadera. Pero cuando permitimos que el Espíritu Santo nos lleve dentro, entonces la comprensión, el arrepentimiento (volverse nuevamente) y el perdón siguen.

Las parábolas, entonces, ocultan mientras también revelan. Cada una de ellas tiene el poder de enviar el "anzuelo" del Espíritu Santo en nosotros, permitiendo que Dios cambie nuestro mundo de adentro hacia afuera, para que veamos las cosas tal como son en realidad. De esta manera, cada parábola actúa como un microcosmos del Evangelio, recordándonos nuestro estado y por qué la visitación de Dios es realmente "buenas noticias". Un excelente ejemplo es la famosa historia de Jesús del "Buen Samaritano": Jesús contó esta parábola a alguien que parecía insincero cuando preguntó: "¿quién es mi prójimo?" Después de contar la historia, con todos sus desafíos, Jesús cambió el rumbo al preguntar: "¿Quién demostró ser un prójimo para el hombre necesitado?" La respuesta fue impactante: el samaritano, aquel considerado hereje y mestizo étnico, desempeñó el papel del prójimo y mostró el modelo para agradar a Dios. Y así es como Jesús mismo, considerado impuro y religiosamente cuestionable entre los líderes, mostró en su propia vida cómo es ser "prójimo" para nosotros, para aquellos que están en necesidad espiritual y física. Es Él quien, a costa personal, nunca pasa de largo al otro lado; es Él quien derrama medicina para que nuestras heridas sean tratadas; es Él quien nos coloca en el entorno donde podemos ser llevados a una curación completa. La parábola plantea tanto su desafío personal para que "seamos prójimos" de aquellos con quienes nos sentimos incómodos, como su enseñanza sobre la gracia costosa de nuestro Dios compasivo, quien ha entrado tan profundamente en nuestro mundo caído y ha pisoteado la muerte con la muerte. La sabiduría de los padres nos recuerda cómo estas historias operan en nuestros corazones y mentes en varios niveles, tanto teológicos como morales.

Mientras escuchamos estas historias de los propios labios de Jesús, oramos para que el Espíritu Santo encuentre un lugar de bienvenida en cada uno de nuestros corazones y en nuestra comunidad. Siguiendo las interpretaciones tradicionales de la Iglesia, estemos alerta a los diversos mensajes que estas palabras vivas continúan hablando, en continuidad con cómo fueron escuchadas por los apóstoles, a quienes Jesús originalmente se las explicó. Esto incluirá estar preparados para la operación de "corte" de la palabra de Dios, mientras atraviesa nuestros corazones y pone al descubierto nuestra enfermedad para que podamos ser sanados.