El Hijo
El Ministerio de Jesús como la Revelación de la Trinidad
Es a través de Jesucristo, el Hijo del Padre, que Dios se revela como Trinidad. El Antiguo Testamento no reveló a Dios como Trinidad, ya que estaba ocupado con la abrumadora tarea de instaurar firmemente el monoteísmo en el corazón de Israel. Habría obstaculizado esta tarea pedagógica proclamar a Dios como tres. La necesidad urgente de enseñar a Israel la verdad del monoteísmo superaba todo lo demás. La revelación de Dios como Trinidad tendría que esperar hasta que se hubiera establecido esta base previa.
La revelación de Dios como Trinidad comenzó con la revelación del hombre Jesús como teniendo la autoridad y estatus divino. Los ortodoxos modernos pueden comenzar con la suposición de su divinidad, ya que a menudo nos referimos a él como "Cristo nuestro verdadero Dios". Una lectura del Nuevo Testamento debe comenzar desde el otro extremo, con la suposición de que Jesús (llamado "Yeshua bar Yosef" para sus contemporáneos judios) era un hombre como ellos—en las palabras del Concilio de Calcedonia, "homoousios con nosotros en cuanto a la humanidad". Es por eso que San Pablo se refería a él casi reflexivamente como "Jesucristo hombre" (1 Timoteo 2:5). Al igual que otros hombres en Israel, Jesús se refería al Padre como su Dios (Juan 20:17), y como otros hombres, cuando era niño, creció en tamaño y también en favor de Dios, aprendiendo la Torá y complaciéndolo con su vida (Lucas 2:52).
Fue este hombre quien dijo y hizo cosas que ningún otro hombre dijo o hizo antes. No solo demostró un dominio sereno sobre el mar salvaje, sobre los demonios e incluso sobre la muerte y la corrupción arquetípica, cosas que solo Dios podría hacer (Marcos 4:39–41, 5:1–15; Juan 11:38–44). Fueron también las asombrosas declaraciones que hizo acerca de sí mismo, afirmaciones que habrían parecido extrañas si hubieran sido expresadas por cualquier otra persona.
La Divinidad de Jesús: Un Argumento Persuasivo
Por ejemplo, Jesús afirmó tener la autoridad para perdonar pecados (Marcos 2:5-12), una autoridad que todos sabían que solo Dios poseía. Dado que Dios había declarado que nunca compartiría su gloria con otro (Isaías 42:8), la autoridad de Jesús para perdonar pecados argumenta fuertemente a favor de su estatus divino.
Jesús también afirmó que al final de los tiempos estaría sentado en un trono y que todos en el mundo serían reunidos ante él, y que personalmente determinaría su destino eterno,—¡basándose en cómo respondieron a él! Además, afirmó que solo él tendría el poder de abrir o cerrar la puerta al Reino de Dios en el Día del Juicio (Mateo 25:31-46, 8:21-23).
Él afirmó que era el Señor del sabbat, con autoridad para determinar lo que se podía hacer en el día de reposo, y que compartía la exención de su Padre de descansar en el sábado (Marcos 2:28; Juan 5:17). Esto fue especialmente escandaloso a los ojos judíos, dada la suprema importancia del sábado, y constituía una afirmación de ser igual a Dios, como sus enemigos reconocieron de inmediato (ver Juan 5:18).
Estas afirmaciones de igualdad con Dios, aunque escandalosas y consideradas blasfemias, eran hechas de manera frecuente y en términos explícitos por Jesús. Cuando declaró: "Yo y el Padre uno somos" (Juan 10:30) y los judíos respondieron tomando piedras para apedrearlo por blasfemia, Jesús no retrocedió ni explicó que lo habían malentendido. En cambio, lo justificó con un argumento a fortiori1 de los Salmos: si las Escrituras irrompibles habían descrito a los jueces israelitas como "dioses" (Salmo 82:6), ¿cuánto más tenía Él derecho al título de "Hijo de Dios" ya que el Padre lo había consagrado para su trabajo y lo había enviado al mundo? (Juan 5:31-36).
De hecho, en otra ocasión, Jesús afirmó: "Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó". Cuando quienes lo escuchaban se sorprendieron ante la idea de que él pudiera ser lo suficientemente mayor como para haber visto a Abraham, él respondió: "De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy" (en griego, ego eimi).
Esta última afirmación incluyó el uso del Nombre divino que Yahvé utilizó cuando se reveló a Moisés en la zarza ardiente. Cuando Moisés le pidió a Yahvé que le dijera su Nombre, Yahvé respondió: "YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros". En la Septuaginta, el Nombre divino "Yo soy el que soy" se traduce como ego eimi ho on. Jesús estaba reclamando aquí el Nombre divino de "Yo Soy" con el que Yahvé se identificó ante Moisés. Fue una clara afirmación de igualdad e identidad con Yahvé. Los oyentes de Jesús entendieron inmediatamente esto y tomaron piedras para apedrearlo por blasfemia (Juan 8:56-59).
Como alguien señaló una vez,2 cualquiera que hiciera tales afirmaciones solo podía ser un mentiroso, un lunático—o quizás el Señor verdadero. Los adversarios de Jesús optaron por una combinación de los dos primeros, declarando que era "samaritano" y "que tienes demonio" (Juan 8:48). Los discípulos de Jesús optaron por la última opción y reconocieron sus afirmaciones de divinidad. El Evangelio de Juan comienza con una audaz afirmación de su divinidad, con las palabras: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios"3 (Juan 1:1), y culmina con la confesión de Tomás a Jesús: "¡Señor mío, y Dios mío!"4 (Juan 20:28). Juan no tenía ninguna duda de que el hombre Yeshua bar-Yosef era también el Dios de Israel en carne y hueso.
El Testimonio Apostólico de la Divinidad de Jesús
La convicción apostólica de la divinidad de Jesús se encuentra en todas partes de las epístolas del Nuevo Testamento. San Pablo, por ejemplo, habló del Verbo preencarnado como "en forma de Dios" y como "no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres" (Filipenses 2:6-7).
En su epístola a los Colosenses, describió a Jesús en estos términos:
Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud (Colosenses 1:15-19).
De hecho, Pablo no dudó en describir a Jesús como "nuestro gran Dios y Salvador" en Tito 2:13.5
En los siglos venideros, los teólogos pruebarían por expresar estas afirmaciones cristológicas de manera coherente, utilizando los términos más precisos de la filosofía helenística, y en el camino, elaborando su propio vocabulario técnico único con términos como hipóstasis, physis y ousia. Pero incluso aquí, en el Nuevo Testamento, se pueden encontrar todos los ingredientes básicos para el producto cristológico final: la declaración de que el hombre Jesús de Nazaret, un hombre en todos los sentidos como nosotros, es también el verdadero Dios de Israel en la carne.
Footnotes
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† Un razonamiento es a fortiori cuando contiene ciertos enunciados que se supone refuerzan la verdad de la proposición que se intenta demostrar. Diccionario de Filosofía (opens in a new tab) ↩
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C.S. Lewis, Mere Christianity (New York: Harper Collins, 2012), chapter 3. ↩
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En griego: ο κυριος μου και ο θεος μου (ho kurios mou kai ho theos mou) — el artículo definido para Dios que indica plena divinidad — el Dios. ↩
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En griego: θεος ην ο λογος (theos en ho logos). Toda la frase también se podría traducir como "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con el Único Divino, y el Verbo era divino". ↩
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El punto se mantiene incluso si la Epístola a Tito no fue escrita por San Pablo. ↩