Dios y la Adoración
Lo más importante que se puede decir sobre la adoración es que Dios no la necesita. Dios es la fuente de toda vida, beatitud y alegría, el Único sin principio, que es inmutable y que nunca es movido por la necesidad o la carencia. Adoramos porque necesitamos adorar, no porque Dios lo necesite. Dios es autosuficiente; Él no necesita nada.
A pesar de que hoy en día esto se da por sentado por muchos, no era la manera en que los antiguos pensaban. En el antiguo Cercano Oriente, por ejemplo, los seres humanos vivían con los dioses en una especie de relación simbiótica: cuidaban de las necesidades de los dioses, ofrecían sacrificios y atendían sus templos, y a cambio, los dioses cuidaban de ellos, bendiciendo sus cultivos y otorgándoles prosperidad y paz. Cada uno necesitaba al otro. De hecho, en las historias de creación del antiguo Oriente Próximo, los dioses crearon a la humanidad para que realizara el trabajo que ya no querían hacer. Y en la antigua Epopeya de Gilgamesh (que contiene la historia del Diluvio, también relatada en el Libro del Génesis), se dice que cuando finalmente se ofreció un sacrificio después del Diluvio, los dioses se congregaron alrededor de él como moscas, hambrientos porque no se ofrecieron sacrificios durante el tiempo del Diluvio.
Fue diferente para el Dios adorado por Israel y los cristianos. La idea de que Dios necesita nuestra adoración y nuestros sacrificios queda decisiva y despectivamente desestimada en obras como el Salmo 50. En este Salmo, Yahvé1 habla a su pueblo y declara que no necesita sus animales sacrificiales: "Ni machos cabríos de tus apriscos. Porque mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados. Conozco a todas las aves de los montes, todo lo que se mueve en los campos me pertenece. Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su plenitud. ¿He de comer yo carne de toros, o de beber sangre de machos cabríos?"
Aquí, Dios ridiculiza la idea de que Él se enriquece con el sacrificio o que pueda necesitar algo de los hombres. La reprimenda es irónica hasta el punto del sarcasmo: si Dios realmente quisiera carne, difícilmente esperaría a que se la sirvieran los sacerdotes israelitas. Lo que realmente desea de su pueblo no es carne, sino gratitud y una relación justa: "Sacrifica a Dios alabanza, y paga tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás" (versículos 14-15).
Esta exigencia de justicia en la vida es de suma importancia, tanto que si falta, Dios no solo no requiere nuestra adoración, sino que además no la aceptará. Cuando Israel practicaba la injusticia con los ricos oprimiendo a los pobres, el reproche profético fue impactante. Dios tronó a Israel:
¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios? No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas (Isaías 1:11–14).
Es casi imposible distanciarse más del concepto de una simbiosis divino-humana que gobernaba las nociones de religión en el mundo pagano. La adoración es importante no porque Dios la necesite, sino porque nosotros la necesitamos.
Sin embargo, nuestra adoración debe ser la ofrenda de una vida justa, una vida ofrecida en amor a Dios. Si retenemos nuestro amor de Dios y le damos la espalda, si vivimos de una manera que Él odia y llevamos vidas de injusticia, nuestra adoración no es aceptable para Él. En el pensamiento bíblico, la adoración sacrificial y la vida ética son inseparables, y lo primero debe fluir de lo segundo. De lo contrario, nuestros sacrificios serán despreciados como ofrendas de hipocresía. No nos acercarán a Dios ni nos unirán a Él, sino que nos condenarán.
Este fue el mensaje constante de los profetas:
¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios. ¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios (1 Samuel 15:22; Miqueas 6:6, 8).
Para adorarlo verdaderamente, primero debemos amarlo y mostrar nuestro amor en una obediencia humilde y justicia. De lo contrario, nuestra adoración es una farsa.
Footnotes
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El nombre "Yahvé" es utilizado por algunos para representar el Tetragrammaton hebreo (que significa cuatro letras) יהוה (Yod Heh Vav Heh). Se consideraba blasfemo pronunciar el nombre de Dios; por lo tanto, solo se escribía y nunca se decía en voz alta, lo que resultó en la pérdida de la pronunciación original. Es más común en Biblias españolas representar el Tetragrammaton como "Jehóva" o "el Señor". † Esta nota ha sido ampliada del inglés. ↩