El Reino de Dios

La Naturaleza del Reino

Tanto San Juan el Precursor como el Señor Jesús llamaron a Israel al arrepentimiento porque el Reino de Dios estaba cerca y su llegada era inminente (Mateo 3:2, 4:17). Israel había vivido en una expectativa cada vez más agitada por la llegada del Reino de Dios desde su regreso del exilio babilónico. Los profetas habían proclamado que después del exilio vendría el Día de Yahvé1 el Día del Señor. En ese día, Dios finalmente destruiría y neutralizaría a todos los enemigos de Israel, elevaría a Israel a un lugar de poder y prominencia en la tierra y haría de Sion la capital del mundo. El Mesías gobernaría el mundo desde una gloriosa Jerusalén, una ciudad hermosa e invencible, y todas las naciones fluirían al Templo, llevando regalos y finalmente reconociendo al Dios de Israel como el verdadero Dios y Señor de la tierra. Actualmente el reino, el poder y la gloria pertenecían a las naciones paganas y sus reyes. Pronto, en el Día del Señor, el reino y su poder pertenecerían solo a Jehová.

Cuando Juan proclamó que el Reino de Dios estaba cerca, todos creían que el poder del brutal imperio romano colapsaría pronto y sería reemplazado por el Reino de Dios, administrado con poder militar por su Mesías. La pax Romana sería reemplazada por una *pax Hebraica mesiánica. En su entendimiento, el reino definitivamente era de este mundo.

Por lo tanto, nuestro Señor tenía mucho que enseñar y corregir. En sus muchas parábolas, se preocupó por enfatizar que el reino venidero no derrocaría inmediatamente el status quo político o militar, sino que la mala cizaña y el buen trigo crecerían juntos en esta era, y que la destrucción final del mal en la tierra esperaría al último día de juicio (Mateo 13:30, 40–42). El reino no llegaría en esta era como una eucatástrofe,2 ni la bendición vendría a todos los judíos por igual solo porque eran los hijos biológicos de Abraham. Solo vendría a aquellos cuyos corazones fueran buenos y estuvieran listos para recibirlo, así como la semilla solo da fruto cuando es recibida por una tierra buena (Mateo 13:23). El reino no vendría con señales externas que se pudieran observar, sino que ya estaba en medio de ellos a través de la presencia de Cristo y sus milagros (Lucas 17:20–21). La hegemonía de Roma quedaría intacta, porque el reino no era de este mundo (Juan 18:36).

El reino llegó a través de la encarnación, crucifixión, resurrección y glorificación de Jesús. Israel puso su corazón en una nación glorificada; el reino, cuando llegó, consistía en un Mesías glorificado, un rey en quien Israel podía encontrar transfiguración y gloria. A través de su glorificación, Cristo entró y encarnó el Reino, con todos los poderes inmortales que algún día inundarían la tierra en la era venidera. En Cristo, ese eón ya había llegado. En Él estaba el nuevo eón, la paliggenesia de la tierra, su regeneración y renacimiento. Con la glorificación de Cristo había llegado el Día del Señor, y Israel podía entrar en él. El reino llegó como una semilla sembrada en esta época. Por el momento, era pequeña y aparentemente insignificante; pronto se convertiría en un poderoso árbol, para que las aves del cielo encontraran refugio en sus ramas (Ezequiel 17:22–24; Marcos 4:30–32).


Footnotes

  1. El nombre "Yahvé" es utilizado por algunos para representar el Tetragrammaton hebreo (que significa cuatro letras) יהוה (Yod Heh Vav Heh). Se consideraba blasfemo pronunciar el nombre de Dios; por lo tanto, solo se escribía y nunca se decía en voz alta, lo que resultó en la pérdida de la pronunciación original. Es más común en Biblias españolas representar el Tetragrammaton como "Jehóva" o "el Señor". † Esta nota ha sido ampliada del inglés.

  2. El término es del autor británico J. R. R. Tolkien. "...un eucatastrofe es un giro masivo en la fortuna desde una situación aparentemente insuperable hacia una victoria inesperada, generalmente provocada por la gracia en lugar de un esfuerzo heroico". https://tolkiengateway.net/wiki/Eucatastrophe (opens in a new tab)
    Esta nota ha sido ampliada del inglés.